La política es dura, conflictiva y maliciosa; aunque puede ser también un ejercicio noble de compromisos e ideales. La política es arte a pesar de su dureza porque es subjetiva y emotiva. Para ejercer liderazgo político hay que cautivar aunque no hay recurso único para lograrlo; seducir pertenece al mundo de lo mágico y a la química de lo indescriptible.
Hipólito Mejía y Leonel Fernández han marcado el devenir de la política dominicana desde el ocaso de los tres caudillos. Son personajes opuestos. Uno es agrónomo y el otro abogado. Uno resalta la ruralidad y el otro el Nueva York chiquito. Uno es hablanchín y populachero y el otro comedido y formal. Uno habla el folclor y el otro elabora discursos para la escenografía del conocimiento.
En su momento, ambos han logrado cautivar un amplio segmento de la población dominicana con estrategias lingüísticas diferentes.
En la campaña electoral del 2000 y en los primeros dos años de su mandato, Hipólito Mejía comandaba la política nacional con expresiones chistosas. Cada ocurrencia era tomada como genialidad y celebrada como un infante de cumpleaños; incluso los insultos generaban carcajadas ante lo inverosímil de las expresiones. Recuerden azarosa.
Cuando la situación económica se deterioró en el 2003, los chistes de Hipólito perdieron atractivo porque la inflación y la devaluación arrancaron el sustento a la población. En vez de carcajadas, los chistes irritaban. Hipólito Mejía perdió ahí la capacidad de seducir un amplio segmento del pueblo dominicano. Lo destronaron el 16 de mayo de 2004.
La chabacanería de Hipólito Mejía fue remplazada con el discurso formalista de Leonel Fernández.
Leonel era el nuevo Balaguer, diestro en el verbo y comedido, con vocación de poder por encima de principios. Era el nuevo articulador de las fuerzas conservadoras dominicanas que, ante la ausencia de Balaguer, decidieron convivir con cualquier residuo izquierdista que quedara en el subconsciente peledeísta.
Leonel Fernández gobernó cómodamente de 2004 a 2012 porque el PRD quedó muy desacreditado, el PRSC se unió al leonelismo, y muchos partidos minúsculos de izquierda y derecha vieron en Leonel el eslabón para beneficiarse del Estado sin tener que buscar muchos votos. De ese mondongo político salió el llamado Bloque Progresista.
Durante ocho años consecutivos, la capacidad de Leonel Fernández para mantener el país estable descansó en tres pilares: la estabilidad macroeconómica con inflación y devaluación moderada, un amplio sistema clientelar sostenido con presupuestos altos y muchos préstamos, y su oratoria seductiva.
Cuando Leonel Fernández narraba los logros de su gobierno, era creído por un amplio segmento de la población. Las ansias de progreso encajaban con su entusiasta exclamación de “e’pa’lante que vamos”. Ahí realidad y fantasía se confundían.
Actualmente, la palabra de Leonel Fernández está devaluada porque mucha gente se siente engañada con las revelaciones de corrupción y nepotismo en su gobierno. El déficit fiscal de 187 mil millones de pesos y los impuestos recién aprobados, constituyen el marco estructural de la devaluación del leonelismo. El gobierno peledeísta ha pasado factura al pueblo por un gasto inesperado y Leonel Fernández ha sido destronado por jóvenes en twitter y pancartas.
La política es un carrusel donde los amores suben y bajan. En ese incierto devenir político Leonel Fernández aparece públicamente atormentado. Pero resulta que la posibilidad de encauzar las aguas agitadas no depende ahora de su verbo ni de sus adhesiones escenificadas, sino de la ejecutoria de Danilo Medina, que no es diestro ni en el chiste ni en la oratoria, y tiene que encontrar otro recurso (quizás los decretos populares) para cautivar tanta gente malhumorada.
Escrito por Rosario Espinal
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